El ser un humano tiene una característica central en su configuración: es un ser social y necesita relacionarse con sus semejantes. Sin embargo, esta necesidad no es lineal a lo largo de los años y es bueno saber cómo opera.

Cuando somos niños o adolescentes tenemos a uno o dos amigos del alma, aunque vayamos en grupo. En el fin de la adolescencia y hasta que cumplimos la treintena es el momento de la vida en el que más amigos tenemos porque socializamos y salimos más, de manera que, en condiciones normales, no pararemos. Sin embargo, a partir de la treintena lo habitual es que se reduzcan el número de amigos porque la mayoría de la gente se asienta, vive en pareja, marcha a vivir a otra ciudad y decide priorizar su tiempo en otros menesteres.

Ahora bien, existen casuísticas específicas que tenemos que tener en cuenta. Una de ellas es la de la persona que se separa o divorcia y que pierde la mayoría de las amistades porque eran en común con su pareja. Cuando esto sucede, hay un problema porque la persona puede sentir que con 40 o 50 años no tiene con quien tomar un café. Por desgracia, es una situación muy habitual. En este caso, la persona tiene que hacer un esfuerzo para abrirse a otras personas y utilizar una afición común como pretexto es una buena opción.

Otra casuística común es la de la persona que, en un determinado momento, dejó de evolucionar en lo referente a las relaciones con los demás. Es relativamente habitual que, durante la adolescencia, una persona que tenía un nivel de amistades aceptable siendo niño tienda de manera natural al aislamiento. Si esto sucede, nos tendríamos que preguntar, en primer lugar, por qué. No obstante, es en la edad adulta cuando se ven claramente los problemas porque, cuando se va a la universidad, no se cambia el patrón de relación con los demás y prosigue en el trabajo.

Hay que asumir que, lo normal, es que a partir de un determinado momento de nuestra vida priorizaremos la calidad sobre la cantidad en las relaciones, como haremos con otras cosas. Eso es normal y no hay por qué hacer un drama de ello. Dicho esto, deberíamos tener presente que necesitamos interactuar con otras personas porque eso es beneficioso para nuestra vida psicoemocional. Si tenemos en cuenta este punto, nos resultará más fácil abrirnos a los demás.

Si ha habido algún momento en que hemos hecho crack en nuestro desarrollo social, lo que nos conviene es identificarlo y, a partir de ahí, poner los esfuerzos necesarios para sanarlo. Saber esto es fundamental porque, muchas veces, nos retraemos en las relaciones con los demás porque tenemos una herida que no ha cicatrizado, ya sea porque la hemos querido obviar o porque ni siquiera somos conscientes de que existe.

En Emocodificación y Sanación Genética te ayudamos a sanar las heridas del pasado para que tu vida social sea todo lo satisfactoria que mereces, perdiendo la timidez y siendo asertivo para decir “no” cuando lo consideres.

 

Por NO Comment 18/06/2018

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