Aunque la importancia de la familia política se ha relativizado en las últimas décadas porque las unidades familiares son nucleares en la mayoría de los casos, no por ello hay que dejar de considerar su existencia. Cuando vivimos en pareja, decidimos compartir la vida con una persona que elegimos, pero su familia es algo que nos viene de forma colateral (y viceversa).
El imaginario popular es rico en el hecho de que suegras y nueras se llevan a matar o en la existencia de cuñados difíciles de soportar con los que solo se coincide cuando es inevitable. Como en todo, hay una parte de mitología y otra de realidad, y es responsabilidad de cada uno comprobar cuáles son las proporciones para tomar decisiones maduras. También hay que indicar que se mezclaba a veces el estereotipo de madre sobreprotectora que tenía miedo de perder su “relación especial” con el niño… aunque este ya tuviese 40 años; cuando funciona este arquetipo, es prácticamente imposible que ninguna pareja le parezca suficientemente buena. Algo parecido pasa, cada vez más, con los padres, porque han asumido nuevas responsabilidades.
Hay casos en los que, efectivamente, es casi imposible lidiar con la persona que tenemos delante. Cuando se da esta situación, lo recomendable es buscar la forma menos conflictiva de sobrellevarla y reducir al mínimo imprescindible las interacciones. Esta política, consistente en ignorarse amablemente, es la más común que se aplica para evitar males mayores y es habitual cuando no existe una afinidad personal que justifique más interacciones. La ruptura de relaciones solo se recomienda en aquellos casos inevitables, sobre todo por el daño colateral que se puede causar a nuestra pareja.
Sin embargo, lo más común es que una persona nos caiga mal porque, de alguna manera, nos está reflejando algo de nosotros mismos que aborrecemos. Lo habitual es que tengamos afinidad con nuestra pareja por eso, de manera que no nos debería extrañar que en sus progenitores o hermanos haya elementos en los que nos veamos identificados, tanto para bien como para mal. Si eso es así, tenemos una oportunidad impagable de aprendizaje y crecimiento personal que podemos aprovechar. En algunos casos entenderás que las reacciones de la otra persona no tienen que ver contigo y, a veces, incluso mejorarán.
De todas formas, cualquier decisión o acción que tomemos ha de ser con mesura. Y, por supuesto, en el caso de tener que reducir el contacto, todo el proceso se ha de hablar con la pareja y minimizar los problemas que se puedan presentar. Si el diálogo es necesario para que no haya malos entendidos o problemas, mucho más cuando se presenta este caso. No dejará de ser doloroso, pero probablemente lo acabará entendiendo y no se resentirá el vínculo afectivo de pareja.
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