Decir “no” es un acto de liberación y empoderamiento ante situaciones con las que no estamos de acuerdo o que consideramos abusivas y, sin embargo, es una de las cosas que más le cuesta a muchas personas.

En primer lugar, es interesante decir que, muchas veces, el no saber decir que “no” obedece a una falta de autoestima por la cual pensamos que, si ponemos límites, no va a haber quien nos acepte. Esta actitud, más o menos habitual durante la niñez o la adolescencia, se va atemperando a medida que cumplimos años y maduramos, pues vemos que la realidad no es así.

Ahora bien, pongámonos en lo peor y afirmemos que, efectivamente, por decir “no” vamos a sufrir el rechazo de algunas personas. La pregunta es, ¿vale la pena la situación anterior? Y, realmente, es ahí donde está el mayor problema.

Hay personas que hacen el cálculo de que, si transigen, van a complacer a alguien y conseguirán su atención o cariño. No es algo que yo critique porque, a fin de cuentas, en todas las relaciones humanas hay algo de intercambio, más o menos material. La cuestión es que cada vez se recibe una compensa más pequeña y a cambio uno queda anulado como persona; por desgracia, este es el patrón común de muchas relaciones en las que hay maltrato.

Hay, además, algo que sucede cuando empezamos a decir “no”. Si bien es cierto que nos cuesta al principio, luego va a resultar más fácil pero es que, además, al respetarnos dejaremos de atraer personas que se quieran aprovechar de nosotros porque emanamos algo diferente y eso se percibe, directa o indirectamente.

Ahora bien, hemos de recordar que la asertividad consiste en decir “no”, pero hay que hacerlo a partir de la madurez. De la misma manera que no es maduro decir que sí a todo, tampoco lo es oponerse por norma. En el primer caso, cometemos el tic más común de la infancia; en el segundo caso, lo típico de la adolescencia.

Lo ideal es ir construyendo un criterio a lo largo de la vida, y decir “sí” o “no” en función de nuestros principios, pero también tener presente que evolucionamos y que el pasado no nos tiene por qué atar de por vida ni condicionar. Podemos estar de acuerdo con cosas a las que nos oponíamos en el pasado y viceversa, y no hay por qué hacer un drama de ello.

 

 

Por NO Comment 01/09/2017

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