
No hay losa más pesada que aquella que nosotros asumimos, aunque no nos corresponda. Si a ello le añadimos el hecho de que, en muchos casos, la construimos nosotros, el problema es doble. Por suerte, no tenemos un funcionamiento binario de estímulos como un reptil, de manera que nos tenemos que responsabilizar de las decisiones que tomamos.
El ser humano pasa por un periodo de socialización y aprendizaje continuos pero que es fundamental hasta los 18 años. En este tiempo, aprende a hablar, comer, leer, moverse por su propio pie y tomar decisiones lo más racionales posible. Es fundamental tener en cuenta que este tiempo de aprendizaje alternará aciertos, errores y, en la práctica totalidad de los casos, correctivos por parte de los padres o de un tutor. Lo contrario implicaría fenómenos extremadamente raros de los que hay pocas referencias históricas y tienen más que ver con el hecho de nacer y crecer en un entorno no civilizado.
Por lo tanto, el pasado nos determina, en tanto en cuanto ha servido para forjar nuestro carácter y actitudes, aunque siempre en base a aquella vibración que tenemos desde que somos pequeños. Es sorprendente ver cómo, desde niños, sabemos diferenciar lo que nos conviene y lo que no y aquello que consideramos justo de lo que no. El problema está en que, muchas veces, actuamos desde el automatismo que nos frena por malas experiencias que hemos tenido en el periodo de aprendizaje, tanto de niños como de adultos. Por ejemplo, puede que hayamos tenido una experiencia mala con un perro que nos mordió cuando éramos pequeños, pero eso no significa que tengamos que llevar esa mochila de por vida ni que todos los perros nos vayan a tratar mal.
Este ejemplo sencillo se puede aplicar con otras vertientes de la vida, tanto a nivel personal como profesional. El pasado puede servir para evitar cometer errores, pero no debería ser una hipoteca que nos impidiese emprender nuevos retos. Los seres humanos aprendemos y, a partir de nuestra experiencia, tomamos decisiones más o menos acertadas. La propia dinámica social nos empuja a superar los viejos miedos porque, además, no resulta práctico vivir con ellos. Salir de nuestra zona de confort y afrontar nuevos desafíos e imprescindible para no quedarnos atrás.
Algunas personas de una cierta edad se anclan a un pasado que consideran que fue mejor y viven pasto de la melancolía, sobre todo cuando han perdido a un ser querido. En otros casos, en cambio, es un pasado doloroso o traumático el que les impide afrontar nuevos retos y se mantienen en una zona de confort que, a largo plazo, resultará insatisfactoria. En ambos casos, la actitud que se toma no es la ideal y conviene pedir ayuda si una persona no es capaz de salir de esa vorágine por medios propios; asumir lo que ha sucedido, tomar consciencia y pasar página es la actitud más recomendable.
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